domingo, 17 de junio de 2012

3 de mayo de 2012, jueves

A LAXE - SANTIAGO



Un día más nos despertamos oyendo el repiqueteo de la lluvia en el tejado del albergue ¡¡¡qué bonito!!! según comentan los compañeros de habitación no ha parado de llover en toda la noche.
Hoy es el último día y a diferencia de las otras veces no me invade el deseo de no querer que esto termine, tengo ganas de llegar a Santiago y de no tener que salir con la bici al día siguiente. Las condiciones meteorológicas que hemos soportado tienen mucho que ver en ello. Desayunamos lo que queda del fondo de despensa: barrita, chocolate y fruta y empezamos a pedalear bajo un buen aguacero, inexplicablemente me da por cantar “Singing in the rain”.
Sabemos que nos quedan pocos kilómetros y vamos con tranquilidad disfrutando del “maravilloso, maravilloso” día que tenemos, desayunamos en La Estrada en un bar tienda de los que proliferan por aquí. Por ser el último día no queremos perder las buenas costumbres y pedimos sendos tanques de café con leche que acompañamos con unas madalenas que encontramos por la tienda, resulta que son light o alguna chorrada así, nos vendrá bien para conservar la línea. Mientras engullimos las viandas asistimos a una curiosa escena: entra en el bar un anciano con cierta dificultad al andar, casi con toda seguridad secuela de haber parecido un ictus o algo similar, y empieza a llamar al dueño: “Javier, Javier”, por fin aparece, nada mas ponerle el café que ha pedido el anciano empieza a canturrear por lo bajini: “campeones, campeones, oeoeooe…”  acompañado de una sonrisa de oreja a oreja. Tomás y yo nos reímos con esa situación y la comentamos en voz baja. Por conversaciones posteriores deducimos que el propietario del bar es del Barcelona, así que entendemos perfectamente la satisfacción del anciano tras estos años de espera.

Salimos y continúa la lluvia pero nos da igual, la sonrisa del abuelo madridista y la proximidad de Santiago nos reconforta bastante. La carretera es una continua sucesión de toboganes con una buena subida final que termina en una rotonda que da acceso a la ciudad propiamente dicha. Nos metemos de lleno en el tráfico urbano y aprovechando que pasamos por la estación de tren entramos en la oficina de ATESA para arreglar el alquiler del coche de vuelta pues lo teníamos para el sábado pero queremos adelantarlo al viernes, nos dan toda clase de facilidades y un periquete queda todo resuelto.
Decidimos ir andando pues el tráfico es muy denso y como no llueve disfrutamos un poco de la ciudad. En la rúa Villar volvemos a montar en las bicis para entrar en la plaza del Obradoiro como corresponde. Cumplimos el rito de no mirar a la catedral hasta que estamos en el centro. La emoción nos invade, nos damos un abrazo y nos felicitamos por no haber sufrido ningún percance.
Son las once y media y han pasado 6 días, 19 horas y 30 minutos desde que salimos de la plaza de Escalona del Prado. El cuentakilómetros dice que hemos hecho 603 kms.

Tras las fotos de rigor con la Catedral como fondo nos vamos a la pensión Santa Cristina donde teníamos reservada habitación, dejamos las bicis a buen recaudo en un local anexo y subimos a la habitación, limpia y  amplía, ponemos la ropa a secar y nos pegamos una ducha reparadora con toda la tranquilidad del mundo. Vamos a la oficina del peregrino para que nos den la Compostela y tras dar una vuelta por Santiago nos vamos a Casa Manolo, donde hay que ir siempre que se esté en Santiago, nos apretamos una comida como Dios manda, tomamos café en la barra y pegamos la hebra con Manolo que anda algo mosqueado por un tema de unas bicis que no han llegado a su destino nos saca la botella de aguardiente, echamos un par de chupitos y a echar la siesta. Tomás decide ir a dar una vuelta por la catedral para ver a que hora hay misa.

Cuando logro abrir los ojos, me costó bastante, llamo a Tomás y quedamos para ir a misa a la catedral. A la salida nos damos una vuelta por Santiago en compañía de nuestra inseparable amiga la lluvia, y tras un par de cervezas nos vamos a cenar al Restaurante San Clemente donde nos apretamos un trozo de empanada, un poco de lacón, unas vieiras y una buena mariscada, lo acompañamos de una botella de albariño, después del postre un cafelito y unos chupitos. Vamos a pasear la cena y de paso nos fumamos un puro por lo bien que lo hemos hecho.  Buscamos un garito para rematar la noche y por fin encontramos uno donde los clientes hace ya mucho que dejaron los estudios. Buen jazz y buen cubata. No nos enrollamos mucho y a las 12 ya estamos de vuelta a la pensión que no está muy lejos. Mañana toca la vuelta.

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