MOMBUEY - A GUDIÑA
Nos levantamos a la ya establecida como hora
oficial, 7’15, y los demás nos imitan. Mientras recogemos y preparamos el
equipaje se monta una tertulia entre todos los presentes, el ciclista tardío
nos cuenta que la etapa de ayer la comenzó en Salamanca, con un par, le
pregunto que si es de Bilbao y casi, nació en Llodio, Álava, a unos 20
kilómetros del Bocho, para no extenderme demasiado resulta que el susodicho
había salido de Sevilla el jueves 26 y en 4 días se había plantado en Mombuey,
si llega a ser del mismo Bilbao ya hubiera llegado a Santiago, nos deja con la
boca abierta, éste se pasa los pueblos de 3 en 3.
Por una vez y sin que sirva de precedente amanece
soleado pero con un frío semipolar, ha helado esta noche. Me cubro de gloria al
ver que el culotte largo y la camiseta térmica que había lavado el día anterior
no se han secado, así que supero al de Llodio y me calzo un culotte corto para
que vea como las gastamos los de la meseta. Tras zamparnos lo que nos queda en
la despensa (medio plátano, una barrita y media onza de chocolate) salimos a la
ruta con más ganas de volver a las literas que de darle a los pedales. Nada más
empezar noto que no voy fino, no me encuentro a gusto, como es llano no voy
mal, a pesar del aire. Paramos a desayunar en Puebla de Sanabria: café con
leche en taza gigante, tostada de pan con mantequilla y mermelada, las llamas
de una chimenea que hay en el bar nos hacen guiños para que nos quedemos pero
no hacemos caso y tiramos para Requejo donde nos espera la portilla del Padornelo,
un escollo no muy duro pero al que hay que pillarle el ritmo adecuado.
Empiezo bien, parece que por fin he encontrado un
buen pedaleo. Un espejismo, no hago más que probar los cambios, ningún
desarrollo me viene bien, Tomás va redondo, redondo y le veo alejarse cada vez
más. A trancas y barrancas logro coronar y el descenso hasta Lubián lo hago sin
problemas, sólo hubiera faltado que tuviera problemas al bajar. Empieza a
llover. Vamos al albergue a sellar pero
solo nos encontramos con una pareja de ciclistas que están allí esperando que
mejore un poco el tiempo. Un poco de
charla y a continuar, un paisano que está haciendo algunos arreglos en su casa
nos anima y nos dice que La Canda es más corta que el Padornelo y que lo mejor
que podemos hacer es ir por carretera. Vamos a ver el Santuario de la Tuiza, al
que no podemos acercarnos mucho por estar acordonado, no sabemos el motivo y
tampoco nos importa, después de un rampa con un desnivel de impresión, que yo
subo andando mas que nada por contemplar mejor el paisaje, llegamos a la N-525
para comenzar la ascensión que parece mas suave que la del Padornelo. La
debacle es total, ni molinillo ni nada, veo alejarse a Tomás y no doy más de
mi, por si faltaba algo a ratos llueve e incluso cae algo de nieve, termino de
subirlo empujando la bici. Bebo un poco del bidón con isostar, cojo algo de
aire y comienzo a bajar con tranquilidad, me empiezo a notar mejor, sobre todo
de cabeza, meto todo el desarrollo y tiro a bloque sin hacerle caso a la lluvia
que ya no deja de caer, tan deprisa iba que casi no veo a mi compañero que me
estaba esperando en un área de servicio. El cuentakilómetros marca una velocidad máxima de 61 km/h, menos mal que no lo miré cuando bajaba.
Decidimos comer y vemos que al otro lado de la
carretera está el mesón O Carteiro, vamos hacia allá y tras una cerveza con
limón, para recuperar sales, elegimos de la carta escrita a mano el
superespecial de la casa: huevo frito, 2 salchichas, 2 trozos de lomo, dos
filetes de ternera, patatas fritas y 2 lonchas de jamón frito que sustituyen al
bacon porque se había terminado ¡¡¡viva San Colesterol bendito y Nuestra Señora
de los Triglicéridos!!!, también incluye una ensalada, para equilibrar, y una
jarrita de un vino que no estaba nada mal, culmino con una manzana y un café
bombón, si nos saca la botella del orujo y unos puros todavía estamos allí
viendo llover. Al pagar tiene el detalle de obsequiarnos con un boleto de la
lotería primitiva ¡olé! Llega lo más duro, la vuelta a la ruta temiéndome lo
peor, sin embargo voy como un tiro por una zona de constantes toboganes, y
pienso que a lo mejor es que tenía bajos los niveles de colesterol.
Son casi las cinco y media cuando, llegamos al
albergue de A Gudiña algo mojados pues no ha dejado de llover desde la última
parada. Los hospitaleros están tomando nota de los peregrinos, nos
ponemos a la cola, con perdón, y cuando nos llega el turno no saben si hay
camas libres o no, les instamos a que lo comprueben y nos dicen que hay 3 camas
libres, como no somos egoístas con 2 nos conformamos. Tomamos posesión y tras
asearnos salimos a dar una vuelta por el pueblo, en pequeño supermercado
compramos víveres donde por cierto el dependiente llevaba una bata de médico de
esas que se abrochan por detrás, a la hora de pagar no sabemos si pedirle el
tique o una receta. En el bar con el original nombre de O Peregrino rendimos el
cotidiano homenaje a la Estrella de Galicia, no pone malos aperitivos el
paisano, que además del atender el bar es taxista y seguramente tendrá algún
oficio más. Ya en el albergue y para compensar la comida cenamos fruta y yogurt,
y siendo las 21’30 horas y sin más asuntos que tratar nos vamos al sobre.
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